Diseño de la imagen: Marirró Amengual |
Los 27 de septiembre se celebra el "Día del derecho del niño a jugar”, en conmemoración a la
fecha que la República Argentina ratificó la Convención Internacional sobre los
Derechos del Niño, en 1990.
El derecho de los niños, niñas y adolescentes al juego y a las
actividades recreativas propias de su edad es establecido expresamente por la
Convención en su Artículo 31. Por primera vez, los Estados se comprometen a
garantizar que los niños gocen del derecho al juego y al esparcimiento.
La República Argentina asume este compromiso en la Ley de
Educación Nacional, sancionada en el año 2006. Es objetivo, para el Sistema
Educativo, “promover el juego como
actividad necesaria para el desarrollo cognitivo, afectivo, ético, estético,
motor y social”.
Pero, ¿de qué hablamos cuando hablamos de tener “derecho
al juego”?
El derecho al juego debiera ser, entre otras cosas,
derecho a tiempo y espacios adecuados para jugar; y además que ese derecho
incluya también la posibilidad de hacerlo de un modo lúdico (o sea,
despreocupado, fantasioso, libre y no violento).
El juego es una experiencia que modifica al que lo experimenta.
Ya sea que el juego se lo vincule con el placer, la diversión, el entretenimiento
o la búsqueda de respuestas, el juego tiene su origen en el jugador. Por esto
es automotivado. “Nadie juega si no quiere”. Es decir, el juego supone la voluntad
del jugador. Tiene un carácter voluntario. El jugador debe
“subirse” al juego, hacerlo propio.
Para
“entrar en el juego” se necesita “salir de algún lugar”. Cuando el niño juega
crea un marco de realidad diferente que combina aspectos propios de la realidad
(fruto de la experiencia personal) y otros propios del campo de la imaginación.
El
marco que crea el juego está sujeto a las reglas propias del contexto social
donde es recreado. Reglas que no se verbalizan, o
por el contrario, reglas que se constituyen en instrucciones fijas.
Esta suerte de confrontación entre lo imaginario y lo real, las
reglas y la situación jugada, “yo, el otro y el nosotros”, hace que el juego,
aún cuando se juegue “a solas”, suponga la creación de un espacio
de interacción. Es decir, el jugador sabe que está jugando; y lo sabe, porque
puede salir del juego y decir “estoy jugando”.
El
juego puede ser un medio para enseñar contenidos pero también un contenido en sí
mismo, de valor cultural; porque el juego se basa en la experiencia. Esto
requiere que la sociedad demande ludotecas y/o espacios de juegos en hospitales
públicos, en salas de atención primaria de la salud, en plazas y parques públicos.
El mundo adulto debe generar las instancias donde se posibilite invitar
desde el juego a la creación; a imaginar otros mundos posibles, crear ambientes
diversos y dejar volar la imaginación. A descubrir al juego como contenido de valor
cultural, incentivando su presencia en las actividades cotidianas. Porque el juego facilita el desarrollo de la capacidad
creativa y el placer por el conocimiento en las experiencias de aprendizaje
para todos los niños, tomando al juego como contenido de alto valor cultural
para el desarrollo cognitivo, afectivo, ético, estético, motor y social.
“La
variación del juego está fuertemente condicionada por la pertenencia social,
por la experiencia y condiciones de vida (a qué y cómo se juega). Si entendemos el juego como un producto de la
cultura podemos afirmar que a jugar se aprende y en este sentido se recupera el valor intrínseco que tiene para
el desarrollo de las posibilidades representativas, de la imaginación, de la
comunicación y de la comprensión de la realidad. Desde la perspectiva de la enseñanza, es importante
su presencia en las actividades pedagógicas” (Núcleos
de Aprendizaje Prioritarios, 2004)
Por tal motivo resulta indispensable garantizar la
centralidad del juego en las prácticas de enseñanza. La comunidad educativa debe
reconocer la necesidad de una “voluntad política” para integrar el juego en
la sala o el aula. Dado que el juego es generador de aprendizaje en los
niños y desempeña un papel importante en el modo en que comprenden y conocen el
mundo.
Al mismo tiempo, aceptar un cúmulo de nuevas “necesidades” para ser
facilitadora
de una “atmósfera lúdica”: como la
necesidad de asumir al juego como contenido que requiere ser planificado. El juego
es un contenido y en tanto expresión cultural, demanda ser enseñado. La necesidad de
reconocer que se enseñan juegos y se enseña “a través” de juegos. La necesidad
de asumir la responsabilidad de la escuela de potenciar el juego de los niños
ofreciendo propuestas que aumenten su capacidad para conocer, aprender y
enriquecer su imaginación.
El juego puede orientar prácticas de
buena enseñanza. El juego pueda constituirse en
contenido a enseñar y en formato o vehículo para la enseñanza. La presencia del juego suele resultar demasiado
limitada y pobre en las prácticas docentes, en tanto que la propuesta de juego suele
estar referenciada al juego espontáneo o como vehículo para enseñar contenidos.
Si bien el juego puede ser pensado
como método, recurso, motor de desarrollo y modo de presentar las actividades,
lo que está puesto en cuestión es el hecho
de jugar; la posibilidad de ofrecer espacios
y tiempos que le permitan al niño acrecentar su repertorio lúdico, usar su
imaginación en la creación de escenas, expresar sus ideas a través de un tipo
de actividad que le es propia.
Las posibilidades concretas de
aprendizaje que el juego les brinda a los niños, constituyen ricas alternativas
que no deberían desaprovecharse. El
juego debe ser parte constitutiva de una propuesta de enseñanza. Como un
contenido a enseñar y como un modo de enseñar contenidos. Es necesario darle
al juego un protagonismo explícito en el diseño y la puesta en marcha de la
propuesta pedagógica.
Para ello es condición necesaria privilegiar la presencia del
juego en los espacios formales de aprendizaje. Para lo cual se hacen necesarias instituciones
educativas con espacios interiores y exteriores dignos, saludables funcionales
y seguros que favorezcan el juego y el aprendizaje.
La escuela constituye uno de los pocos espacios
disponibles para que niños y niñas aprendan a ejercer ese derecho. Los momentos
de juego en la escuela, aunque fugaces y muchas veces empobrecidos, representan
experiencias lúdicas especialmente significativas. Eso refuerza la solidez del
vínculo derecho al juego / vida cotidiana escolar, y adquiere especial
relevancia.
Pero nunca como en los últimos años se ha hablado
tanto del valor del juego, aunque nunca como en los últimos años el abandono de
los patios se ha notado más.
Se puede constatar en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires como, por las sucesivas crisis de su infraestructura escolar de los últimos años, en muchas escuelas se
levantan aulas o se implantan "aulas containers" en el terreno inicialmente destinado al "patio". Y rara vez el "patio" es tenido en
cuenta en el presupuesto de equipamiento y mantenimiento.
“El patio”, visto como lugar de juegos, es un
escenario querido, próximo y cotidiano, trajinado por los habitantes de una
peculiar sede: la escuela. “El patio” debe interpretarse como un espacio
público protegido para aprender a ejercer el derecho al juego en contextos
social, histórico y culturalmente determinados.
“El patio escolar de juego”, es el espacio más público
de la escuela pública; con todo lo que significa su carga integradora.
Porque el espacio público tiene una dimensión social,
cultural y política. Y en este sentido, la calidad del espacio público se puede
evaluar sobre todo por la intensidad y la calidad de las relaciones sociales
que facilita.
Pero lamentablemente, en centros urbanos
como en la C.A.B.A. cada vez son más escasos los escenarios públicos protegidos y
adecuados para el juego de niños, niñas y adolescentes. Por lo cual, urgen acciones que den paso a la
potencia regenerativa de la faceta lúdica del niño/a, y como forma de fortalecer la calidad de una Ciudadanía de la Infancia.
Jose Machain
* Consejero por Legislatura - CDNNyA (CABA)
* Secretaría de Infancia y Adolescencia - MOV. EVITA Capital